Entre las figuras de la alta sociedad española que se alinearon con el espurio reinado de José Bonaparte, se destacaron especialmente los cubanos María Teresa Montalvo, Condesa de Mopox y de Jaruco, y su tío Gonzalo O’Farrill. Este último era el Ministro de la Guerra que había nombrado Fernando VII tras la abdicación de su padre Carlos IV. La decisión del clan O’Farrill involucró también a María de las Mercedes, la hija mayor de la Condesa. A sus veinte años, contrajo matrimonio con el oficial francés Christophe Antoine Merlin. Tras recibir su marido el título de Conde, se convirtió en la Condesa de Merlín. En 1813, ante la inminente entrada de las tropas españoles en Madrid, ambos escaparon y se establecieron en París. Allí se integró rápidamente en la élite social y cultural, sobre todo por sus célebres tertulias y su actividad literaria.
Sin embargo, los vínculos de la familia con la Francia databan de décadas anteriores. El propio O’Farrill había cursado allí estudios en su adolescencia, en la Academia de los Benedictinos. También sirvió de voluntario en el ejército francés, si bien en la Guerra del Rosellón, en la que Francia y España eran potencias rivales, tomó las armas por la Madre Patria. En 1808, cuando comienza la ocupación, el único hijo varón sobreviviente de la Condesa de Jaruco, Francisco Javier, estaba completando su educación en Francia. Como otros estudiantes españoles, fue considerado rehén del gobierno francés, hasta tanto se estabilizara el control sobre la Península española. Al igual que otros aristócratas, la familia dominaba a la perfección esta lengua. También era afines a las más avanzadas ideas políticas, de corte liberal y constitucionalista, que en ese país se enarbolaban.

En julio de 1808, cuando José Bonaparte entró en Madrid, ya varios miembros del gobierno español, incluyendo a O’Farrill, se habían visto comprometidos con los ocupantes franceses. La intención del militar criollo había sido la de mediar y evitar mayor derramamiento de sangre, pero el pueblo lo consideró un traidor. Fue ratificado en su ministerio por José y comenzaron a tejerse los vínculos que alcanzaron a la Condesa de Jaruco. A fines de ese mes, cuando el nuevo Rey tuvo que abandonar la capital, replegándose a Vitoria, el clan O’Farrill lo siguió. En Vitoria, el Rey entabló una conocida relación amoroso con la Marquesa de Montehermoso. La misma suscitó la divertida coplilla de La Marquesa de Montehermoso tiene un tintero, en el que moja su pluma, José Primero.
En ocasiones, también se le ha atribuido el asunto del tintero a la propia Condesa de Jaruco. Ella era una mujer de mundo con un amplio círculo de amistades, entre ellas Manuel Godoy y Francisco de Goya. Sus relaciones con el Rey debieron empezar más tarde, cuando ya él había regresado a Madrid junto con su séquito. La Condesa de Merlín lo recuerda con cariño en sus memorias. Solía invitarlas a comer a palacio, o a una casa de campo que tenía en las afueras. También daban algunos paseos en calesa o a caballo. En las noches, organizaba juegos de lotería en los que les ofrecía curiosos presentes a las jovencitas y a su madre. El ambiente era relajado, más allá de la etiqueta. La de Merlín sugiere que el Rey se sentía en familia, pero como es lógico no revela en sí el vínculo amoroso.

En general, el gobierno francés intentó indemnizar a las familias españolas que por secundarlo perdieron sus bienes. En septiembre de 1809, la Condesa de Jaruco había recibido un millón de reales. El Conde de la Forest, embajador francés en España, así lo afirma en una carta que seguramente estaba dirigida al emperador Napoleón. Como la Condesa en realidad no había sufrido pérdida alguna, atribuye el donativo a las dificultades con las remesas que esperaba mientras se resolvía en Cuba el litigio en torno al testamento de su difunto marido, el Conde de Jaruco. En el mes de noviembre, la cifra recibida por la Condesa había ascendido a dos millones de reales. A su vez, con motivo de la boda de las hijas, que se celebró conjuntamente el 21 de octubre, le había regalado a cada una un millón de reales y un valioso set de joyas.
Al parecer, el vínculo de la Condesa con José I continuó durante los años de 1810 y 1811, si bien no se han encontrado más testimonios. Poco a poco, su salud se fue debilitando, quizás también debido a la incertidumbre de su situación. Recibió algo de consuelo con el regreso de su hijo Francisco Javier a Madrid, quien emprendió enseguida un peligroso viaje a Cádiz. Desde allí, se embarcó rumbo a La Habana para asumir la defensa de los intereses económicos de la familia. Su hija más conocida, la Condesa de Merlín, había estado en principio relegada de su vida, como te contamos en La Condesa de Jaruco y la Condesa de Merlín: crónica de un acercamiento filial. Sin embargo, como madre, supo evitar a tiempo que su hija se casara con un hombre que la haría infeliz, como relata la propia jovencita en un episodio de sus Memorias. Años después, cuando contrajo matrimonio con un oficial francés, la de Jaruco pasó junto a la pareja las últimas semanas de vida. Falleció el 17 de abril de 1812, a la edad de 40 años. Fue sepultada en el cementerio de la puerta de Toledo.

Una curiosa leyenda cuenta que, siguiendo los deseos de la Condesa, el Rey ordenó que el cadáver fuese desenterrado e inhumado nuevamente, esta vez en los terrenos de una mansión que le había regalado en la calle Clavel, junto a un frondoso árbol. Muchos años después, en el París de 1836, José I le comentaba a Mercedes en una carta que coincidía con la bella representación que había hecho de su madre en la obra “Mis doce primeros años”. Según sus propias palabras, la de Jaruco había dejado en su memoria un recuerdo imborrable.

Fuentes bibliográficas / documentales
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