A pesar de que en el siglo XIX, la esclavitud en Cuba determinaba una rígida frontera social, el amor o el deseo muchas veces saltaban los diques de las conveniencias. Así, están documentados vínculos estrechos entre individuos blancos y esclavas que se encontraban a su servicio. Eran historias intensas, de celos, traiciones y venganzas. El destino de los protagonistas podía ser la cárcel, el exilio, el ostracismo social o incluso la muerte.
El británico Richard Madden, superintendente de africanos libertos en Cuba, a fines de la década de 1830, denunciaba algunos de estos desmanes. Lo impresionó vivamente el caso de una esclava asesinada en La Habana por una joven norteamericana, celosa de su prometido. Aunque la asesina se encontraba en la cárcel, sus riquezas le garantizaban ciertas comodidades y una pronta liberación. Madden no quiso revelar su nombre, y en los despachos de los cónsules de Estados Unidos en La Habana, disponibles en la Digital Public Library of América, no encontramos ninguna huella que nos permita identificar a las personas involucradas en estos hechos.
La tragedia detrás del anonimato
La señora era amante de un español residente en la Isla, quien puso a su servicio a una de sus esclavas. Al parecer, el hombre había tenido antes con la joven, negra y bella, algún escarceo íntimo, lo que llegó a oídos de la norteamericana. Para entonces, esta señora ya tenía antecedentes de violencia contra otro esclavo. Incluso había sido procesada por este motivo, pero un abogado español de apellido García logró ponerla en libertad. Aunque el maltrato físico no era un suceso extraordinario para la época, aún sorprenden estas crueldades, como la que relatamos en La cabeza del perro.
Sin embargo, el castigo infligido a los esclavos tenía algunos límites dentro de la ley. Los vecinos, tras varios días escuchando gritos y lamentos, decidieron avisar a las autoridades. Al acudir la policía, encontró una pavorosa escena. En un patio interior había una suerte de mazmorra. Allí se encontraba la joven, ya moribunda, atada a la pared estrechamente con una gruesa cadena. La misma había lacerado y penetrado de tal modo en sus carnes, que todo el tejido de la cintura mostraba signos de necrosis. Fue trasladada de inmediato al hospital, pero falleció pocos días después a causa de la gravedad de las heridas.

Esta joven nunca pudo tener voz propia para contar su historia, como la mayor parte de los esclavos. Una excepción sería la de Francisco Manzano, quien siendo niño aprendió a leer, y más tarde a escribir. Aun así, fue víctima de incontables castigos y torturas. Su autobiografía, traducida al inglés, sería publicada en esta época por el propio Richard Madden, a modo de denuncia. De sus amores nada sabemos, pero quizás un imposible gravitó sobre ellos, pues nunca contrajo matrimonio. En cierto poema emplea la metáfora de representar como una azucena –flor blanca– a la mujer amada. Nos preguntamos si pretendía simbolizar solamente su pureza. A la postre él pudo obtener su libertad, pero las circunstancias impidieron que desarrollara todo su potencial humano y artístico.

El gobierno de España ante la esclavitud en Cuba
Generalmente se asocia la esclavitud con el dominio hispano sobre la Isla, pero lo cierto es que muchos criollos se beneficiaban también del trabajo forzado y la trata clandestina de esclavos. Así se sostenía la producción azucarera, principal basa de la riqueza del país. Además, ciertos españoles residentes en Cuba eran abolicionistas. Entre ellos, alcanzó cierto relieve intelectual el malagueño José Padrines, quien vivía en Matanzas. Viajaba a La Habana con frecuencia, donde solía asistir a las tertulias de Domingo del Monte. Allí leyó unos versos de su autoría, que pudieron estar inspirados en el asesinato de la hermosa esclava. A causa de la censura de imprenta, esta composición poética, titulada La rival imaginaria, se mantuvo inédita por alrededor de veinte años. Culminaba con las siguientes estrofas:
«Aún pienso estaros mirando…
La faz terrible y airada
La vista desencajada,
El látigo vil sonando.
Aun miro la esclava allí
Ensangrentada y llorosa,
Que huye trémula y medrosa
Vuestro ciego frenesí.
¿Y es aquesto una mujer,
Deidad del cielo bajada?
¿O la imagen abreviada
Del varonil Lucifer?
¿De que os vale esa hermosura,
Si bajo tanta beldad
Yace la horrible fealdad
De un corazón sin blandura?
Y pues os entiendo así,
Señora quedad con Dios,
Que yo no soy para vos,
Ni vos lo sois para mí.
Más allá del dramatismo de esta historia sobre una esclava asesinada en La Habana, era común que los amos aprovecharan su poder para mantener relaciones con las jóvenes sometidas a la esclavitud. Sin embargo, quizás fue único en la colonia el caso de que una señorita de rica cuna se enamorara de un esclavo, e insistiera en consumar su amor. Puedes leer este relato en José Rufino Parra: amores y exilios en un país de esclavos.

Fuentes bibliográficas / documentales
Madden R. R. (1853). The island of Cuba: its resources, progress and prospects. Partridge & Oakey.
Manzano, J. F. (2010). Autobiografía de un esclavo. Ediciones Cátedra.
Fornaris, J. (1856). Cuba poética. Imprenta de Barcina.
Si te ha interesado este artículo, no dudes en compartir y dejarnos tu opinión.