Una criolla de La Habana en la Corte del Rey Carlos IV: la Condesa de Mopox y de Jaruco

Mucho se ha escrito sobre María Teresa Montalvo y O’Farrill, Condesa de Mopox y de Jaruco, pero no todo ha estado respaldado por la verdad histórica. La habanera, nacida a principios de 1772, vivió la mayor parte de su existencia en la corte de Madrid, donde se relacionaba con las principales figuras de la época de Carlos IV. Se le han atribuido relaciones amorosas con Manuel Godoy, Francisco de Goya y tres de los hermanos Bonaparte, incluyendo al propio Napoleón, además de varios hijos extramatrimoniales.

¿Quién fue realmente María Teresa Montalvo? Con pequeños retazos intentaremos reconstruir parte de su historia. Provenía de una familia adinerada, en la que sobresalía por su cercanía el destacado político y militar Gonzalo O’Farrill, su tío por línea materna. Con apenas catorce años, en junio de 1786, contrajo matrimonio en Cuba con Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, de sólo dieciséis, futuro conde de Mopox y de Jaruco, de quien adoptó el título. De esta unión nacieron varios hijos, entre los cuales fue el primogénito Manuel María, en 1788. Al año siguiente, vino al mundo María de las Mercedes Santa Cruz, quien más tarde se convertiría en la Condesa de Merlín, famosa por sus tertulias parisinas y sus obras literarias. 

Retrato de la familia de los Condes de Mopox y de Jaruco en Cuba, artista desconocido. Tomado de García Lapuerta (2014) y editado cuidadosamente por Cristian Robleto.

La vida en Madrid, más soledad que felicidad doméstica

Al principiar la década de 1790, la flamante pareja se estableció en Madrid, si bien los hijos permanecieron algunos años en Cuba, a cargo de distintos parientes. En 1791 y 1792, nacieron allí otras dos niñas, María y María Josefa, aunque la primera murió en torno a 1795. Ese año vino al mundo Francisco Javier, quien terminaría heredando el título condal. La vivienda familiar estaba entonces emplazada en la calla de San Matheo, no.1. Al despuntar el siglo XIX, la adolescente María Mercedes se unió a sus padres en España. Sin embargo, Manuel, el primogénito, había fallecido en Cuba, a la edad de 8 ó 9 años, sin que hubiese vuelto a ver a su madre. Parece ser que se mantenía apartado de la familia, incluso de su hermana, quién sabe si por alguna discapacidad, lo que no era extraño en la época.

El Conde estuvo involucrado en varias empresas comerciales y de fomento que lo solían llevar de vuelta a Cuba por largos periodos, entre ellas una de las primeras expediciones a Isla de Pinos. Era un hombre de grandes ambiciones, que se esforzaba por obtener privilegios e invertir en negocios lucrativos, aunque también participaba en alguna que otra obra de beneficencia. Para lograr sus objetivos, debía acercarse lo bastante a la familia real, lo que lo condujo a estrechar un provechoso vínculo con Manuel Godoy. Su esposa lo secundaba en sus empeños y se desenvolvía con habilidad entre las transacciones y las costumbres cortesanas.

En los intercambios epistolares con su amigo y pariente, Francisco de Arango y Parreño, se aprecia que existía avenencia y cariño en el matrimonio. Aun así, en la primavera de 1802 el Conde volvió a establecerse en La Habana; mientras que la Condesa permaneció en Madrid. A propósito de ello, el de Jaruco le comentaba a Arango que lo habían decidido así por ser lo mejor para la felicidad doméstica, y que estaban en armonía, aunque ella se había mostrado dispuesta a acompañarlo. Resulta enigmático que expresara textualmente, a secas: “mi mujer se queda con sus hijos”. Hasta donde conocemos, no cruzó nunca más el Atlántico. A causa de una enfermedad repentina, falleció en La Habana, el 6 de febrero de 1807.

Tras su muerte, se abrió un complejo proceso de sucesión, denominado testamentaria, interrumpido y alterado por la ocupación francesa de la Península (1808–1814). Antes de morir, intentó desesperadamente cambiar su testamento, pero no le dio tiempo a firmarlo. Pretendía legitimar a dos hijas que había tenido en La Habana, llamadas Matilde María de los Dolores y María de la Merced. Habían nacido en marzo de 1804 y marzo de 1805, respectivamente. Llevaban el apellido de Valdés, como todos los neonatos que eran depositados en la Casa de Beneficencia. La madre ejercía la prostitución y, según se cuenta, era conocida en La Habana por sus excesos.

Pareja con sombrilla, dibujo a tinta sobre papel de Francisco de Goya, Madrid (c.a.1794–1797). Se conserva en la Hamburger Kunsthalle, Alemania. Coloreado mediante inteligencia artificial.

Retrato de María Teresa, la condesa viuda

Por otra parte, La Condesa de Merlín, que en realidad no tenía recuerdos anteriores de su madre, describe sus sensaciones al reencontrarla en Madrid, a sus trece años. Era una bella criolla de piel de alabastro, con unos intensos ojos negros, y el cabello del mismo color. Lo llevaba trenzado y cubierto en parte por un delicado velo; mientras que un vestido azul oscuro de seda realzaba sus encantos. Le causó una honda impresión su porte majestuoso y sereno, en el que traslucía una singular mezcla de arrogancia y amabilidad.

Al tratarse de su madre, podría suponerse que la descripción era un tanto exagerada. Sin embargo, otros contemporáneos coinciden en estas apreciaciones. Una aristócrata francesa, la Condesa de Abrantes, la conoció en Madrid, en 1810, durante una fiesta en la residencia de la Condesa de Ossuna. Confiesa que al día siguiente, en una carta que envió a su país, se ocupó poco de los pormenores de la celebración, centrándose en la proverbial belleza de la condesa cubana. Podría tratarse de una secreta atracción, inconfesable en la época, o de un simple impulso de admiración y simpatía.

Al parecer, según relata un biógrafo de Fernando VII —Francisco Beltrán–, la Condesa de Jaruco era también descrita como una mujer voluptuosa y entregada por entero a la pasión del amor. Tal testimonio provenía de la escritora inglesa Elizabeth Vassall, más conocida como Lady Holland, quien realizó largos viajes a través de España. La conocía al menos desde 1804. Es posible que Beltrán tuviera acceso a la correspondencia de la inglesa o a sus diarios manuscritos, pues en los volúmenes impresos no hay referencia alguna a la condesa criolla.

Es el propio Beltrán quien cita una carta de la reina María Luisa a Godoy, en la que con el talante ácido y retrógrado que le era característico, decía aborrecer a las mujeres que leían mucho y se creían inteligentes, por considerarlo impropio de su sexo. Relaciona estos rasgos, de manera particular, con la Condesa de Jaruco. A su vez, la hija de esta última relataba que en su mansión había una surtida biblioteca, en la que atesoraba incluso libros prohibidos o no aptos para señoritas. La educación de los hermanos madrileños de la Merlín había sido esmerada, y en poco tiempo ella logró colocarse a la misma altura.

Una biblioteca de perfumes y otras costumbres

María Teresa Montalvo mostraba una afición por el lujo común a las mujeres de su clase, de lo cual formaba parte su gusto por los perfumes exóticos. Llamaba “biblioteca de perfumes” al tocador en que estaban colocados los frascos. A su alrededor había siempre un aura aromática que era parte de su magnetismo personal. Por lo demás, en su mansión existía “mesa franca”, lo que significaba que cuando alguien recibía una invitación a cenar, la misma valía para siempre, excepto algunos días señalados. También era asidua al tresillo y otros juegos de barajas, en los que se hacían algunas apuestas.

Acostumbrada a este género de vida, no sobrellevó bien la mengua de su patrimonio ni los sobresaltos de la ocupación francesa. Sin embargo, se movió siempre en las altas esferas de la sociedad matritense, antes y durante la ocupación. Tenía pocas y escogidas amigas, pero toda una cohorte de caballeros visitaba su salón. Aunque en la mayor parte de los casos se trataba de auténtica amistad, ello pudo incitar algunos rumores.

Entre los visitantes se encontraba el propio Francisco Goya, protagonista de una anécdota que relatamos en La Condesa de Jaruco y la Condesa de Merlín: crónica de un acercamiento filial. La de Merlín menciona la presencia en sus tertulias de los poetas Manuel Quintana, Juan Bautista Arriaza y Juan Meléndez, el miniaturista Guillermo Ducken y el Conde de Galvez, entre otros. También hay referencias sobre el embajador de Holanda, de apellido Manners, un enviado norteamericano y otras figuras diplomáticas, no ajenas al hecho de que su tío O’Farrill participaba de este ámbito y tenía numerosos contactos.

Con la ocupación francesa, su buena o mala estrella la llevó a relacionarse íntimamente con José Bonaparte. A diferencia de otros “afrancesados” o colaboracionistas, no tuvo que abandonar la España cuando cesó la ocupación. El motivo es que para entonces ya estaba muerta. Había dejado de existir el 17 de abril de 1812, a la edad de 40 años, pocas semanas después de que se aprobara la Constitución de Cádiz.

Si quieres conocer más sobre los últimos años de vida de la María Teresa Montalvo, puedes leer Los amores de José Bonaparte con una aristócrata cubana: la Condesa de Mopox y de Jaruco.

Fuentes bibliográficas / documentales

Beltrán F. (1915). Fernando VII. Rey Constitucional. Librería española y extranjera.

Catalá, A. (16 de diciembre de 1933). Del lejano ayer. Diario de la Marina, 101(276).

Condesa de Merlín (1853). Memorias y recuerdos de la señora Condesa de Merlín. Imprenta de Antonio Ma. Dávila.

Condesa de Merlín (1838). Mis doce primeros años. Filadelfia.

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Documentación relativa a la organización del personal de las Juntas de Negocios Contenciosos (1808–1812). Archivo Histórico Nacional (ES.28079.AHN//CONSEJOS,50065,Exp.8), Madrid, España.

Duquesa de Abrantès (1837). Souvenirs d’une Ambassade e d’un sejour en Spagne et en Portugal, de 1808 a 1811. Ollivier, Libraire–Éditeur.

Efemérides cubanas (16 de febrero de 1920). Diario de la Marina, LXXXVIII(37), p.8.

García–Lapuerta, A. (2014). La Belle Créole: the Cuban countess who captivated Havana, Madrid, and Paris. Chicago Review Press.

Grandmaison, G. de (ed.) (1908–1909). Correspondance du Comte de la Forest, ambassadeur de France in Spagne, 1808–1813 (t.II–III). Alphonse Picard et fils.

Martín-Valdepeñas Yagüe, E. (2010). “Mis señoras traidoras”: las afrancesadas, una historia olvidada. HMiC: història moderna i contemporània, (8), 79-107. UNED. Recuperado de https://ddd.uab.cat/pub/hmic/16964403n8/16964403n8p79.pdf

Mesonero Romanos, R. (1881). Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid. Oficinas de la Ilustración Española y Americana.

Pérez–Beato, M. (dir.) (diciembre de 1894). Correspondencia del Conde de Jaruco D. Joaquín de Cárdenas y Santa Cruz, con D. Francisco Arango y Parreño (1). El curioso americano, II(3), 41–46.

Pérez–Beato, M. (dir.) (febrero y marzo de 1900). Correspondencia del Conde de Jaruco D. Joaquín de Cárdenas y Santa Cruz, con D. Francisco Arango y Parreño (continuación). El curioso americano, 8 y 9, 120–125.

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