Cada civilización ha sostenido, a lo largo de la historia, sus propias concepciones morales, las cuales sólo podemos conocer hasta cierto punto, a través del reflejo de las mismas en los documentos de la época. En sentido general, se tiende a creer que con el tiempo se ha manifestado un “relajamiento” paulatino de todos los valores y principios éticos, pero la realidad parece ser distinta. En algunos ámbitos, quizás la sexualidad en el siglo XIX, e incluso en etapas anteriores, no era muy diferente de sus manifestaciones actuales.
Respecto a Cuba, se conoce mucho del periodo colonial en materia política, pero poco de la realidad de la gente y las vidas que vivían, intramuros y extramuros. El amor, y sobre todo la sexualidad, están entre estos temas difíciles de penetrar a fondo, más allá de las historias idílicas, precisamente porque no abundan los testimonios históricos de la sociedad cubana decimonónica.
En fecha reciente, la telenovela Sábados de gloria ha desatado la polémica en torno a los tríos, en este caso con el “agravante” de la participación de dos hombres y una mujer. Con nuestra defectuosa máquina del tiempo, quisimos viajar a las décadas centrales del siglo XIX, y asomarnos a una vivencia de este tipo, la primera de la que tenemos noticias. Dejemos que nos la cuente el propio testigo, el asturiano Antonio de las Barras y Prado, quien viajaba de regreso a la Península, en el vapor “Isla de Cuba”, a principios de 1865:
“En este viaje no hubo lances ni peripecias dignas de especial mención, salvo el hecho, que causaba escándalo y que por cierto no fué corregido ni intervenido por nadie, de que viajaran en un mismo camarote una joven de antecedentes que no eran dudosos, con dos caballeros que le habían pagado el pasaje a medias. Lo más notable es que uno de los protectores, que por cierto era casado, no perdonaba ocasión de criticar y reprobar en tono pedantesco la libertad de costumbres de la Isla de Cuba. Aquel cínico, o más claro, sinvergüenza, era un funcionario público de cierta categoría”.

No conocemos las interioridades del camarote, para saber si se trataba de un trío en toda regla, ni la identidad de los pasajeros, pero todo indica que existía una suerte de universo paralelo a la moralidad oficial, en el que encontraban espacio los placeres no conyugales ni tradicionales. Sin embargo, la posición de la mujer era sobre todo de sometimiento, o bien a la castidad y al matrimonio, o bien a una cruda explotación sexual. Aun así, incluso las prostitutas encontraban en su día a día motivo de divertimento en la transgresión de las normas sociales.
En esta misma época, el Obispo de la Habana, Jacinto María Martínez Sáez, se quejaba de la situación en estos términos: “dichas mujeres son tan atrevidas, que hasta cogen por fuerza á mas de un transeúnte, y lo hacen entrar violentamente en el lupanar (…), son tan insolentes, que hasta han echado la bendición al Obispo, al Obispo que escribe estas líneas”. Sin embargo, existía una doble moral e incluso figuras de la Iglesia estuvieron involucradas en escándalos sexuales, como el sacerdote Francisco Delgado y Martínez, pero ya esta es otra historia, que puedes leer en Un escándalo eclesiástico en Santiago de Cuba.

Fuentes bibliográficas / documentales
Barras y Prado, Antonio (1926). La Habana a mediados del siglo XIX. Imprenta de la Ciudad Lineal.
Martínez Sáez, J. M. (1871). Los voluntarios de Cuba y el Obispo de la Habana. Imprenta a cargo de D. A. Pérez Dubrull
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