La azarosa historia de Singa, un africano conducido a Cuba a mediados del siglo XIX
Vamos, Singa, ¡a la bodega con los demás negros! –dijo sin preámbulos ni miramientos un marinero barbudo y curtido por el sol.
Hizo ademán de agarrarlo por el cogote, pero Singa se adelantó a salir del camarote, más para ganar tiempo que para bajar de veras por las mugrosas escaleras.
Por un instante observó el mar y pensó en la posibilidad de saltar desde la borda de la goleta, dejarse engullir por esas aguas tremendas, sin otro futuro que alimentar para siempre a las extrañas criaturas que pululaban en lo más recóndito. Fue entonces cuando dos pares de brazos enormes sujetaron los suyos y lo arrastraron hasta la bodega, un auténtico inframundo. Les tomó apenas unos segundos encadenarlo y dejarlo allí tirado como un animal, expertos como eran en estos vergonzosos manejos.
De un modo u otro, toda su vida se venía abajo, y tendría que contemplar el mundo desde su fondo, como si hubiera dado un giro de ciento ochenta grados.
No era esto lo que pretendía cuando le rogó a su padre, Mangobo Fernando, Rey de los Congos Loangos, que le permitiera acompañar a Manuel Martínez, capitán de un barco negrero, a la remota isla de Cuba. Era el verano de 1857 y el país caribeño constituía la meca de la prosperidad y la abundancia. Se ignoraba aún la crisis económica que había comenzado en el mes de julio, con la brusca caída de los precios del azúcar.
El reino de Loango estaba cerca del Golfo de Guinea, en la región central del continente. Tenía entonces alrededor de quince mil habitantes. Había alcanzado cierto desarrollo económico y cultural, a partir del comercio de esclavos con traficantes europeos.
Singa, de apenas trece años, era un adolescente curioso y perspicaz, que se destacaba por su carácter afable y sus buenos modales. Disfrutaba tanto del contacto con la naturaleza como del trato con gentes de diversas partes y raleas, lo que había aprovechado para aprender los rudimentos de varias lenguas, incluyendo el castellano. En su tierra no se empleaba la escritura, así que los amantes del conocimiento tenían que desarrollar una prodigiosa memoria.
Hubiera querido saber qué estaba escrito en el documento que le había entregado el capitán, pero por más que fijaba la vista ni siquiera podía distinguir unos caracteres de otros:
Este individuo Singa es libre que va a ver La Habana, sabrán todos que es libre, el no va como cautivo sino para volver conmigo en un barco americano cargado de fascenda de aquí a cuatro lunas, ó cuatro y media, hijo de Mangobo Fernando de Loango.
Al menos no lo habían despojado de su ropa, lo que casi agradecía, especialmente por este papel, doblado con cuidado en el bolsillo de su chaleco. También llevaba un nkisi que le había entregado antes de su partida el sacerdote o nganga principal de Loango. Dentro de este muñeco amasado con barro y elementos desconocudos, habitaba el espíritu de un guerrero teke, tan poderoso que podía hacer desaparecer a los blancos con la misma fuerza de las olas o del viento. Sin embargo, era imposible en esas condiciones realizar el ritual que haría “despertar” al nkisi.
Aun confiaba en el poder del nganga, pero le molestaba que el oráculo de los chamalongos hubiese garantizado una travesía tranquila. Su madre, Muanga, una de las esposas de Mangobo Fernando, había querido regalarle también un crucifijo, pero no lo aceptó.
Hacinados en varios compartimentos de la inmunda bodega iban casi doscientos seres humanos. Singa intentó evitar que su mirada se cruzara con algunos de ellos, precisamente los que su padre le había regalado al pérfido Capitán Martínez. No eran nacidos en Loango sino en tierras circunvecinas, pero llevaban ya un tiempo sirviendo al clan.
Una muchacha que acaso frisaría los quince años lo observaba de reojo en la penumbra, con ganas de estrangularlo entre los grilletes que hacían sangrar sus muñecas, pero también con lástima. Era o podía haber sido hermosa, con esa belleza que no termina de salir a flote, pues todas las circunstancias se conjuran en su contra. Singa, apenas un niño, sintió su primer remordimiento.
Los días pasaron, siempre iguales entre los gritos y malos tratos de los marineros, así como las escasas raciones de agua y comida… La angustia sobrecogía a todos cuando rayaba el día; aunque entraba muy poca luz por las pequeñas escotillas. La disentería provocó decenas de muertes, que hacían rabiar a los traficantes por la pérdida de dinero y la molestia de echar los cadáveres al mar. No sabía Singa que la crueldad había llegado algunas veces hasta el punto de lanzar a esclavos vivos por la borda, ante el riesgo de enfermedades contagiosas o para ocultar los hechos ante las autoridades.
Entretanto, Singa se había acercado más a la jovencita. Para infundirle ánimos, le contó su esperanza de que un buque inglés pudiera rescatarlos. A los pocos días ella también fue atacada por la fiebre. Los esclavistas no les permitían a los prisioneros entonar sus plegarias y cánticos religiosos, por lo que era difícil ayudarla espiritualmente. Quizás si hubiese sabido orar en silencio como los cristianos, algún Dios lo habría escuchado.
Una mañana, tras varios días de agonía, la chica dejó de respirar. Sin mayores comprobaciones, fue conducida hasta la borda y tirada al mar. Singa recordó entonces con amargura la petición que le había hecho su padre el Rey. Debía prestar mucha atención a como se desarrollaba este “negocio” de los esclavos, pues en el futuro él podría encargarse de tales actividades en Loango, o incluso en alguna ciudad de destino. Intuyendo que ya lo había aprendido casi todo, lloró largo rato en silencio.
Campuzano, R. (1854). Álbum del siglo XIX: Contiene lo mejor, más útil e indispensable del saber humano. Imprenta de M. Romeral y Fonseca.
Ministerio de Ultramar (1857-1859). Devolución a África del hijo del Rey de los Congos. Archivo Histórico Nacional (ES.28079.AHN/16//ULTRAMAR,4658,Exp.6), Madrid, España.
Yekoka, J. F. (2013).Exchanges and Political Economy of the Atlantic Trade between Loango and Its Neighbouring from XVIIth to the XIXth Century. History in Africa, 40, 165-191. https://www.jstor.org/stable/27126461
2 – Grabado del siglo XVIII alusivo a Loango, realizado en Europa a partir de relatos de viajeros. Se incluye en Astley, T. (Ed.). (1747). The city of Loango.En A new general collection of voyages and travels (Vol. 3, p. 215). Thomas Astley.
4 – Ministerio de Ultramar (1857-1859). Devolución a África del hijo del Rey de los Congos. Archivo Histórico Nacional (ES.28079.AHN/16//ULTRAMAR,4658,Exp.6), Madrid, España.
5 – El del nganga: Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze. (siglo XVI). Codex Magliabechiano, CL. XIII.3 (B. R. 232). Graz: Akademische Druck- u. Verlagsanstalt (Edición facsímil, 1970). Adaptado con i.a. en https://dreamina.capcut.com/ai-tool/generate
6 – Tomada de BBC Mundo. (2021, 10 julio). Zong, la olvidada masacre en que 132 esclavos fueron arrojados vivos por la borda. https://www.bbc.com/mundo/noticias-57472954. Adaptada y coloreada mediante inteligencia artificial.
Encontrarás otra breve pero significativa historia sobre la esclavitud en La cabeza del perro.
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