Viajando por La Habana en nuestra defectuosa máquina del tiempo, se me ha pasado la última estación del siglo XIX y he llegado a principios del XX. Desciendo con cuidado del tranvía. De un lado a otro pasa mucha gente, casi toda bien vestida y animada. Escucho parte de lo que anuncia un vendedor de periódicos: más noticias sobre el fin de la guerra, el peligro bolchevique que amenaza desde Moscú, continúa la huelga en no sé qué gremio y un producto maravilloso de nombre impronunciable. Alcanzo a leer, en un ejemplar del Diario de la Marina, que estamos en diciembre de 1918. Es decir, acaba de terminar la Primera Guerra Mundial, y todos se ilusionan creyendo que la paz durará para siempre. La economía va muy bien, gracias al alto precio al que se cotiza el azúcar, pero yo sé que esto va a cambiar en pocos meses.

Entre los periódicos y las postales de fin de año, atisbo una publicación que me atrae, la revista Psiquis, órgano oficial de la Sociedad Espiritista de Cuba. En letras grandes, aparece una dirección: calle Lealtad 120. Sin pensarlo dos veces me encamino hacia allí. Entro en un pequeño vestíbulo, y al costado izquierdo encuentro una oficina. No puedo ser vista, ya que en teoría no existo aún, así que decido pasar un rato con tranquilidad. Hay una estantería repleta de libros, casi todos de Allan Kardec. Sobre el escritorio pululan papeles de distintas materias. Me llama la atención una carta escrita con segura caligrafía. Su autor se nombra Manuel Roldán García y está dirigida a sus sobrinos. No puedo resistir la tentación de leerla. En una de sus partes, dice textualmente:
Siendo vosotros muy niños, hace de esto catorce años, hallándome casado y con grandes deseos de formarme un porvenir floreciente, y no viendo la manera de realizarlo en Madrid porque los sueldos que se ganaban en esa con mi oficio no permitían más que cubrir deficientemente las necesidades del hogar, puse los ojos en Cuba como lugar para realizar mis aspiraciones, y en unión de mi compañera embarqué en un vapor transatlántico en calidad de emigrante (…). Ya en la Habana me puse en seguida a trabajar, y desde el primer momento logré ganar como tipógrafo lo necesario para sostener modestamente mi hogar.

Un espíritu que pronunciara allí mismo mi nombre no me hubiera sorprendido tanto como este párrafo. La verdad que lo primero que pensé era que Manuel era un empedernido fumador de opio, y que sus efectos lo habían llevado a confundir el origen y el destino durante su fatigoso viaje, es decir La Habana con Madrid, y/o viceversa. Pero bueno…. recordé que estábamos en diciembre de 1918.
En su carta, Manuel les presenta con cariño y convicción a sus sobrinos las doctrinas del Espiritismo. Les habla de la Causa Suprema, que es Dios en sí mismo, del amor, la ciencia y el trabajo como motores de la evolución espiritual, a través de sucesivas reencarnaciones. Les cuenta además una anécdota muy personal, de la que ellos tenían ya alguna referencia. Su esposa, también española, había perdido por largos intervalos el uso de la razón, al parecer porque no se sentía a gusto en Cuba. De hecho, más de una vez él la condujo junto a sus familiares en Madrid, donde permaneció cierto tiempo en el manicomio de Ezquerdo. Sin embargo, hombre enamorado al fin, no se resignaba a perderla y decidió traerla de regreso a La Habana.
Poco después, se convenció de que el desequilibrio mental que padecía su esposa en realidad era el resultado de las sugestiones de un espíritu “desencarnado”. Por entonces, un vidente pudo percatarse de que se trataba del alma en pena de una señora llamada Manuela, difunta esposa de un amigo que tenía la pareja en Madrid. En una sesión espiritista, a través de una médium, intentaron convencer a Manuela de que dejara en paz a su víctima. Sin embargo, la turbación de este espíritu no le permitía darse cuenta de que habitaba el espacio y no el plano terrenal. Le disgustaba Cuba, por considerar que el país era un lugar “muy malo”, y quería que su antigua amiga regresara con ella a Madrid.

Yo hubiera deseado explicarle a Manuel que quizás el espíritu de Manuela tenía buenas razones para tanta insistencia…, pero no había modo alguno de comunicarme. Interrumpió mis meditaciones un murmullo que fue in crescendo en una habitación contigua. Me acerqué sigilosamente. Sentadas alrededor de una mesa, casi a oscuras, varias personas mantenían las manos entrelazadas y pronunciaban extrañas plegarias o conjuros. En el centro, había una gran copa de agua. Le pedían algo a la Causa Suprema e invocaban a cierto espíritu. Un poco hacia atrás, una señora que parecía ser la médium dejaba reposar su cuerpo sobre el desvencijado respaldo de una silla, con los brazos caídos a ambos lados. En el umbral de la puerta, moví sin querer una cortina, y el polvo me hizo estornudar.
Aquello fue la apoteosis.
—Manuela, ¿Estás aquí? —comenzaron a decir todos al unísono, con una solemnidad que hubiese asustado a la misma Manuela.
—¡Manifiéstate!, ¡manifiéstate!, ¡manifiéstate! —repetían sin cesar, mientras la señora médium se agitaba en extrañas convulsiones.
Me pareció sentir el aliento de alguien en el cuello, y quizás un ligero contacto que no llegaba a ser de piel a piel, pero sí erizaba todos los vellos del cuerpo. Sin pensarlo, eché en mi bolso una fotografía que estaba sobre el escritorio… y ya no pude aguantar más. Eché a correr a toda prisa, con la sensación de que Manuela me seguía. Me dirigí hacia la parada del tranvía, con tanta suerte de que me dio tiempo a abordar uno que justo iba de salida. Corrí a través del pasillo y de los mismos pasajeros, para poder lograr la aceleración necesaria. Esta vez no descendí hasta el final del viaje, en pleno 2025.

Desde entonces no puedo dormir, pues estoy muy inquieta y preocupada. Creo que Manuela me ha seguido al 2025 y se ha posesionado de mi cuerpo, como mismo atormentaba a su amiga, induciéndome a que me vaya de Cuba. A Madrid o no sé ya para donde. Ella no entiende que aquí, ahora, es más fácil viajar en el tiempo que en el espacio. No se imagina lo que cuesta un pasaporte o un billete de avión, tan espiritual y sideral como es. En su época no existían los euros, y menos los MLCs. Ya me he decidido a organizar una sesión espiritista e invocarla, porque así como estoy no puedo seguir. Lo que no sé es si suplicarle que me abandone para siempre, o más bien que me diga en qué parte de España nació mi abuelo, para poder solicitar la ciudadanía…
Pero como las mejores sesiones espiritistas son grupales, quería antes preguntar… ¿alguien más por aquí siente que Manuela lo está sugestionando?

Si te ha gustado este post sobre La Habana de 1918 y el insistente espíritu de Manuela, y quieres conocer qué sucedía en la capital de Cuba cincuenta años antes, acompáñame a En broma y en serio, La Habana ante el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868–1878)
Fuentes bibliográficas / documentales
Diario de la Marina (1 de diciembre de 1918), LXXXVI (335).
Diario de la Marina (1 de diciembre de 1918), LXXXVI (336).
Roldán García, M. (1919). Carta abierta a mis sobrinos Manuel y Concepción Navarro y Roldán, residentes en Madrid. Revista Psiquis. Órgano oficial de la Sociedad Espiritista de Cuba (diciembre de 1918 – enero de 1919), pp.6-8.