Corría el año 1802 cuando María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, más tarde Condesa de Merlín, pisó por primera vez el Viejo Mundo. Tenía entonces trece años y atrás dejaba La Habana y los recuerdos de la infancia. A su madre, quien le aguardaba en Madrid, sólo la había visto con apenas unos meses de vida, por lo que no recordaba nada de su fisonomía ni su temperamento. Había sido criada con todo mimo por su bisabuela materna, Luisa Herrera, a quien estaba muy apegada. Su padre, Joaquín de Santa Cruz, Conde de Mopox y de Jaruco, algo más presente durante los últimos años en Cuba, la acompañaba en el viaje. Una vez que desembarcaron en Cádiz, concibió la idea de presentarla ante la madre junto con otras chiquillas de la misma edad, para que adivinara cuál era su hija. Sin embargo, al final no puso en práctica este inverosímil acertijo.
Su madre era la criolla María Teresa Montalvo y O’Farrill, Condesa de Mopox y de Jaruco. Se destacaba por su exuberante belleza y por un ingenio poco común en las mujeres de la época. Disfrutaba de una acomodada posición económica y del abolengo necesario para relacionarse con lo más selecto de la sociedad madrileña. Tanto ella como su esposo eran cercanos a Manuel Godoy, quien les franqueaba el paso al Real Palacio, donde aún reinaban Carlos IV y su intrigante esposa, María Luisa de Parma. A las tertulias de la Condesa acudían importantes figuras políticas y de la cultura de la época, como el pintor Francisco de Goya, o el poeta Juan Bautista Arriaza.

La nueva familia, tan cerca y tan lejos
María Mercedes, a quien había conmovido el porte y la dulzura de su madre, no tardó en sentirse relegada frente a sus hermanos, María Josefa (Pepita) y Francisco Javier. Ambos habían nacido y crecido junto a su progenitora, en Madrid, y la trataban siempre de “tú”; mientras que a ella le estaba reservada la distante cortesía de “usted”. Siendo una adolescente sensible y reflexiva, notaba que el afecto del que los otros hijos disfrutaban por derecho, ella tenía en cambio que ganárselo con su buen comportamiento y su amabilidad. Sin embargo, se dispuso pronto a conquistar el cariño de su madre, sin resentimiento alguno, tratando al mismo tiempo de mantener buenas relaciones con sus hermanos. Ellos vivían juntos en una casa algo distante de la de la Condesa, a quien veían al final de la mañana para la comida, dedicando el resto del tiempo a los estudios, bajo una rigurosa disciplina.
La marcada preferencia de su madre por María Josefa era objeto de frecuentes bromas entre los invitados a las tertulias. A su vez, cierto marqués que intentaba congraciarse con la Condesa, solía ensalzar públicamente a la hija predilecta, en detrimento de María Mercedes. Las adolescentes, que tomaban clases de pintura, idearon un plan para dejarlo en ridículo. Cuando Goya las visitaba, la madre aprovechaba la ocasión para mostrarle sus bocetos y avances. Con la anuencia del afamado pintor, intercambiaron sus dibujos, haciéndole creer al tal marqués que uno del rostro de Santa Teresa había sido trazado por María Mercedes; mientras que otro que representaba a la Magdalena era obra de Pepita, cuando realmente sucedía lo contrario. Rápidamente el susodicho hizo objeto de sus sutiles burlas a la Santa Teresa, lo que enojó mucho a la Condesa, quien sabía que la autora era Pepita y no estaba enterada de la artimaña.
Un asunto más grave afligió durante cierto tiempo a María Mercedes. Su padre había regresado a la Isla en el propio año 1802. En 1807, falleció repentinamente, sin que pudiera volver a ver a su familia. Meses después, uno de los visitantes de la casa de la Condesa viuda, de apellido Quesada, parecía estarla cortejando. Sin embargo, en realidad buscaba en secreto aproximarse a María Mercedes, importunándola con palabras y ruegos apasionados. A la joven le desagradaba profundamente la conducta del pretendiente, pero temía causarle un disgusto a su madre.
A la postre, siguiendo el consejo de su confesor, le tendió una trampa a Quesada. Se hizo escribir una elocuente declaración de amor. Apenas tuvo entre sus manos la carta, se la entregó a la Condesa, revelándole al mismo tiempo lo que estaba ocurriendo. Aunque la señora lo confrontó con amargura, decidió permitir que siguiera frecuentando la casa, para no suscitar habladurías. Nunca más volvió a molestar a María Mercedes. Ella no quiso dar a conocer su nombre, pero sí aclaró que no se trataba del famoso militar Vicente Genaro de Quesada, nacido en La Habana, quien se había establecido en Madrid precisamente por esas fechas. Su identidad continuará siendo un misterio.
Poco después, la madre consintió en que María Mercedes se casara con un hombre al que esta última alude como marqués de Serrano. No estaba de acuerdo, pero tampoco quería imponer su voluntad sobre la de su hija. Durante el noviazgo, el prometido demostró un carácter difícil y manipulador, que pudiéramos considerar narcisista en términos modernos. Cuando ya estaba próxima a celebrarse la ceremonia de boda, ante la tristeza de María Mercedes, accedió a poner fin al compromiso. Puedes leer este pasaje, narrado por su protagonista, en El narcisismo en la historia: un episodio que nos cuenta María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín (1789–1852)

En tiempos de la ocupación francesa
Durante la ocupación francesa, la Condesa de Jaruco entabló una íntima relación con José Bonaparte, como relatamos en Los amores de José Bonaparte con una aristócrata cubana. Se murmuraba que tras la muerte de la Condesa, el rey usurpador puso sus ojos en María Mercedes, y que habían mantenido un tórrido romance. Sin embargo, esto último parece ser completamente falso. El mayor de los Bonaparte profesaba gran cariño por las hijas de María Teresa, quienes también lo apreciaban y le agradecían sus atenciones, más allá del conflicto bélico y político que sacudía España. Fue él quien concertó el matrimonio de la jovencita cubana con Christophe Antoine Merlin, a quien nombró Conde de Merlín en 1811.
María Mercedes era bastante peculiar. A su belleza y su inteligencia unía un sentido poco común del bien y una espiritualidad que trascendía la devoción religiosa. Cuenta en sus memorias que una noche soñó que su bisabuela la llamaba desde el lecho de muerte, lo que le provocó una persistente melancolía. En el ínterin, llegó sin novedad una carta de La Habana, pero hacía ya más de un mes que había sido escrita, por lo que no pudo tranquilizarse. Semanas después, con la nueva correspondencia vino la noticia de su fallecimiento, que había ocurrido el mismo día en que ella sufriera la fatal pesadilla.
No pudo estar junto a su bisabuela, pero sí atendió con mucho cariño a su madre en la etapa final de la vida. La convenció para que se trasladara a su vivienda de casada, donde le prodigaba todos los cuidados. Es difícil ubicar el lugar exacto del inmueble. Conocemos que se trataba de una de las mansiones de la Condesa – Duquesa de Benavente, quien había huido a Cádiz. Allí, en pleno centro de Madrid, contrató a un afamado artista para que pintara al fresco un paisaje de la Isla de Cuba, con palmas, tamarindos, sinsontes, guacamayos y otras especies, bajo un cielo azul que se perdía en lontananza. Esta sería una de las últimas imágenes que vería la Condesa, quien falleció en la primavera de 1812. Mercedes, embarazada por entonces, dio a luz pocas semanas después a una niña, a la que llamó Teresa.

Sin embargo, el recuerdo más emotivo que tenía la joven criolla de su madre databa de unos años antes, cuando ambas compartían la plenitud de la vida y la belleza. Estando la de Jaruco en el salón de su casa, acodada en una repisa cerca de la chimenea, su vestido fue alcanzado por una chispa y comenzó rápidamente a incendiarse. Gritaba desesperada cuando entró María Mercedes. No había nadie cerca que pudiera ayudarlas. Sin pensarlo dos veces, la jovencita se lanzó sobre ella, abrazándola y envolviéndola por todas partes con sus propias vestimentas. Logró así sofocar las llamas, aunque ambas sufrieron algunas quemaduras menores. Jadeante y entre lágrimas, la Condesa abrazó por primera vez a su hija con verdadero amor.

Fuentes bibliográficas / documentales
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Interesante y grstísima la lectura. Muchas gracias por compartir.
Me alegra que lo haya disfrutado, ¡muchas gracias!