En el post precedente, iniciamos La azarosa historia de Singa, un africano conducido a Cuba a mediados del siglo XIX. Hijo del Rey de los Congos Loangos, iba como viajero en un barco dedicado a la trata, pero a poco de comenzar la travesía fue reducido a condiciones de esclavitud. En este segundo post recreamos el arribo a las costas de la Isla y sus experiencias posteriores.
A mediados de septiembre de 1857, los tripulantes de la Mercedita divisaron tierra. –¡Ntoto, ntoto! –exclamó Singa para avisar a sus compañeros en la desgracia. Casi todos hablaban el kikongo o una lengua bantú cercana, por lo que entendieron perfectamente la expresión. El entusiasmo se comunicaba con risas y grandes aperturas de ojos, así que nadie permaneció indiferente. A pesar de la esclavitud, el futuro nunca podría ser peor que el infierno de la bodega y los demonios encarnados en los marineros.

Estos últimos habían tomado todas las precauciones para el desembarco, que tuvo lugar el 17 de septiembre, en horas de la noche. El lugar escogido fue la playa de la Punta, en La Habana, en una zona oculta por un denso follaje. Sin embargo, la expedición había sido delatada y pronto acudieron las autoridades. En pocos días fueron apresados varios tripulantes, entre ellos el mozo Silvestre González. Como solía suceder en estos casos, el capitán y los peces gordos que aportaban el capital lograron salir indemnes.
Tras varias pesquisas de la policía, fueron encontrados ochenta y cinco de los negros bozales que venían en la goleta, incluyendo al propio Singa. Desde 1817, con la prohibición de la Trata, las víctimas de este flagelo, cuando eran descubiertas o podían probar lo sucedido, pasaban a tener una condición legal específica, la de Emancipados. En teoría, no eran esclavos, pero con el pretexto de prepararlos para la libertad, permanecían largo tiempo sometidos a condiciones de explotación similares a la esclavitud. De hecho, los compañeros de Singa no fueron libres hasta que transcurrieron doce largos años, en 1869.
En la época a la que nos referimos, tras el desembarco de septiembre de 1857, Singa fue conducido primero al Hospital Militar y luego al Depósito de Emancipados. Desde el principio, las autoridades notaron que “aun en su físico parece distinguirse de los demás”, sobre todo por “ese continente que da la civilización”. También se hizo evidente que era “muy listo, y “con disposición para cuanto se le enseñe”. Por estas apreciaciones, y la circunstancia de haber sido engañado por un “plagiario” (nombre que se le daba a los traficantes), se le dispensó un trato especial. De hecho, recibía del gobierno doce pesos mensuales para algunos gastos.

Singa pidió que se le dejara permanecer en la Isla. También quería aprender a leer y a escribir, así como instruirse en un oficio con el que ganarse la vida con dignidad. Además, deseaba ser bautizado y convertirse así definitivamente al Catolicismo. Sin embargo, aun guardaba con sigilo su nkisi. De vez en cuando, ahogaba la nostalgia entre los bailes de su tierra y algunos tragos de aguardiente, bebida que era consumida en grandes cantidades en el remoto Loango.

A las autoridades les había causado una impresión favorable. Decía admirar al gobierno de España y la imagen del país ante el mundo. El segundo nombre que llevaba su padre, Mangobo Fernando, había sido elegido en honor a Fernando VII, al que tenía por “el rey más poderoso de la tierra”.
Es posible que el Capitán General, José Gutiérrez de la Concha, hubiese conocido en persona a Singa y compartiera las simpatías generales. Sin embargo, no le permitió fijar su residencia en la Isla, sobre todo por el temor de que pudiese ejercer un ascendiente peligroso sobre los esclavos. En realidad, su condición y su aguda inteligencia no encajaban con el discurso racista de la época.
Para entonces, otros esclavos habían demostrado altas capacidades intelectuales, como José Rufino Parra, pero el gobierno trataba de que no tuvieran protagonismo social alguno.

En el mes de julio de 1859, Singa recibió el santo sacramento del bautismo, en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar. Ofició el sacerdote Salvador Ruano, quien antes se había ocupado de la catequesis y de escucharlo en confesión. Fueron sus padrinos el propio director del Depósito de Emancipados, Felipe de Arango, y su esposa, María de los Dolores de Lamar, una señora que se destacó por su activismo en obras de beneficencia. El nuevo nombre escogido por Singa es un buen testimonio de sus afectos y convicciones: Fernando Antonio Felipe de los Dolores.
Al principio, había interpretado la imagen de Jesús como un nkisi que se “activaba” con los mismos clavos de la crucifixión, pero enseguida entendió las diferencias. En realidad, estaba disgustado con todo lo que su mente podía asociar con la esclavitud, y no dejaba de pensar en que algunos ngangas pretendían esclavizar incluso a los muertos. Las lecciones del Padre Ruano habían terminado de convencerlo. No podía entender cómo algunos blancos que se decían católicos iban a su tierra a cazar seres humanos, o los torturaban hasta hacerlos desfallecer. Sin embargo, la doctrina era muy bonita, y la palabra “perdón” resultaba un bálsamo para su consciencia.
Algunas semanas después se embarcó para Cádiz, a donde llegó el 24 de noviembre. Allí lo esperaba el Gobernador, quien le proporcionó durante varios días un modesto alojamiento. El 11 de diciembre, partió a bordo del vapor Patiño rumbo a Fernando Poo, a donde años después serían deportados varios cubanos, como Francisco Javier Balmaseda. El rastro de Singa se pierde para siempre en esa isla, poco antes de que concluyera el año 1859.

Días antes, durante el viaje hacia España, había lanzado al mar su nkisi y también un crucifijo que le regaló María de los Dolores. Siguiendo algunas prácticas de su tierra y otras que se inventó, rogó para que ambas entidades fuesen a acompañar el cuerpo de la jovencita muerta durante el penoso viaje a La Habana, cuyo nombre nunca había preguntado.

Fuentes bibliográficas / documentales
Campuzano, R. (1854). Álbum del siglo XIX: Contiene lo mejor, más útil e indispensable del saber humano. Imprenta de M. Romeral y Fonseca.
Ministerio de Ultramar (1857-1859). Devolución a África del hijo del Rey de los Congos. Archivo Histórico Nacional (ES.28079.AHN/16//ULTRAMAR,4658,Exp.6), Madrid, España.
Niangui Goma, L. (2021). La place du sel dans l’économie traditionnelle de l’ancien royaume de Loango (XVIe-XIXe siècle) . Revue ivoirienne des sciences du langage et de la communication (SLC), (15), 58-76. https://www.revue-slc.org/wp-content/uploads/2023/11/RISLC-n%C2%B015-Decembre-2021.pdf
Rodrigo y Alharilla, M. (2017). Víctimas y verdugos a la vez: los marineros españoles y la trata ilegal (1845-1866). Drassana: revista del Museu Marítim. https://www.raco.cat/index.php/Drassana/article/view/337834
Yekoka, J. F. (2013). Exchanges and Political Economy of the Atlantic Trade between Loango and Its Neighbouring from XVIIth to the XIXth Century. History in Africa, 40, 165-191. https://www.jstor.org/stable/27126461
Pies de imágenes
1 – Cueto, E. (2010). La Cuba pintoresca de Frederic Mialhe. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.
2 – Ministerio de Ultramar (1857-1859). Devolución a África del hijo del Rey de los Congos. Archivo Histórico Nacional (ES.28079.AHN/16//ULTRAMAR,4658,Exp.6), Madrid, España.
3 – Fiesta del Día de Reyes en La Habana, en la que los esclavos tenían licencia para exhibir públicamente sus bailes y su cultura en general. Cueto, E. (2010). La Cuba pintoresca de Frederic Mialhe. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.
4 – José Gutiérrez de la Concha, imagen litográfica de 1852 que se conserva en la Biblioteca Nacional de España, ligeramente coloreada con i.a.
5 – Imagen generada con i.a. a partir de nkisi y crucifijo del siglo XIX, en https://dreamina.capcut.com/ai-tool/generate


